Zonas de Caracas

Caracas 

a través de sus planos

Primer plano de Santiago de León de Caracas, 1578. Copia dibujada por Antonio Muñoz Ruiz del original que se conserva en el Archivo General de Indias, Sevilla, España, junto a la Relación de la Descripción de la Provincia de Caracas por el Gobernador Don Juan Pimentel.HC-08

Santiago de León de Caracas

Fecha: 1578

Original: tinta siena, 60 x 42 cm.

Copia: Del plano original adjunto a la “Relación de la descripción de la Provincia de Caracas” por el Gobernador Don Juan de Pimentel. Tinta china, 60 x 42 cm.

Copiante: Antonio Muñoz Ruiz.

Fuente original: Archivo General de Indias, Sevilla, España.

Fuente plano: Publicación “Contribución al estudio de los planos de Caracas” Irma de Sola.

 

El sueño de un orden

A mediados del siglo XVI, un conquistador avanza por las selvas del Amazonas. Lleva en su mochila una simple hoja con el dibujo de una retícula y unas palabras escritas a mano que resumen el tipo de ciudad que España recreará en toda América. Este pequeño manuscrito está reseñado en el Archivo de Indias como «Traza de la ciudad o ciudades que se proponía fundar Jerónimo Aguayo en la Provincia de los Araucas». El conquistador es apenas un nómada que se acerca al Orinoco, pero porta consigo el sueño de un orden. Ante la incertidumbre de un inmenso territorio desconocido, se utiliza una ancestral fórmula histórica para crear asentamientos.

¿Dónde se origina esta idea de superponer una retícula perfecta en una geografía inmensa y desconocida? El procedimiento nos recuerda a otra estrofa en el poema de Wordsworth sobre un náufrago que dibuja retículas en la arena con una vara:

Inmenso es el hechizo
De estas abstracciones para una mente perseguida
Por imágenes y obsesionada consigo misma.

Ante el drama de un Nuevo Mundo que aún no logra comprender, el conquistador necesita abstraerse:

En un mundo independiente
Creado sobre la inteligencia pura.

En este caso se trata de náufragos cuyos dibujos solitarios son parte de una empresa imperial que intenta poblar todo un continente. España va a colonizar un inmenso territorio imponiendo una religión, un idioma y una misma idea de ciudad. Desde la Patagonia hasta la California se utiliza el mismo esquema urbano que llevaba en su mochila Jerónimo de Aguayo. Se querían fundar poblaciones con una comprensible y uniforme receta para crecer y permanecer.

 

El rey quería saber

Diego de Lozada funda Caracas unos 80 años después de la llegada de Colón a América y en todo el continente no había más de 30.000 vecinos españoles. El emperador Felipe II, ansioso por tener una descripción de sus dominios de ultramar, en 1577 elabora un cuestionario y les ordena a todos los gobernadores de provincia que lo hagan llegar a los curas y alcaldes de las ciudades, pueblos y aldeas de América, y se le dé pronta respuesta a unas cincuenta preguntas. El rey quería saber «si es tierra llana o áspera, rasa o montañosa, de muchos o pocos ríos, fértil o falta de pastos, abundosa o estéril de frutos y mantenimientos»; también sobre volcanes y grutas, costas y arrecifes, salinas y canteras, hierbas y plantas aromáticas, si se da la cebada y el vino, en fin, «todas las demás cosas notables en naturaleza y efectos, del suelo, aire y cielo, que fueran dignas de ser sabidas». Le interesaba especialmente la existencia y el devenir de los pueblos de españoles, tanto los poblados como los despoblados, y «lo que se supiere de las causas de haberse despoblado».

Entre los cientos de manuscritos y dibujos con respuestas al cuestionario enviados a El Escorial desde todos los rincones de América, está el del gobernador Juan de Pimentel: Relación de la descripción de la Provincia de Caracas, de 1578. Comienza describiendo la geografía de la provincia, las aventuras de Fajardo, Rodríguez Suárez, Lozada, y de los cuatro mil indios que quedan después de «el desasosiego de sus guerras pasadas, la entrada de los españoles a su pacificación y el trabajo que ahora tienen en servirlos», a lo que agrega sin muchas ganas: «esto se remedia lo mejor que se puede».

Cuenta lo que hay para comer, unos aguacates que son como «peras verdañales», jobos que parecen ciruelas amarillas, guayabas como manzanas llenas de granillos, mamones como nueces verdes y con menos carne que el jobo, guanábanas como melones pequeños con puntas como de diamante, totumos con los que hacen «escudillas, botijas, cucharas y coberturas para su miembro genital». Todo parece ser una imitación defectuosa. Hasta las más fieras bestias no pasan de ser leones con el tamaño de un mastín y «poco bravos», pues hasta «un perrillo pequeño los hace encaramar en un árbol».

 

Un rasguño en un papel

Pero veamos cómo era entonces una ciudad que solo contaba con sesenta vecinos españoles, pues una de las preguntas del emperador exige saber:

El sitio y asiento donde los dichos pueblos estuvieren, si es en alto o en bajo, o en llano, con la traza y diseño en pintura de las casas y plazas y otros lugares señalados de monasterios como quiera que se pueda rasguñar fácilmente un papel en que se declara que parte del pueblo mira al mediodía y al norte.

A lo que se responde:

El edificio de las casas de esta ciudad ha sido y es de madera, palos hincados y cubiertos de pajas… de tapia sin alto ninguno y cubiertas de cogollos de caña… de hace dos o tres años se ha comenzado a labrar tres o cuatro casas de piedra y ladrillo y cal y tapería con sus altos cubiertos de teja…

Se habla también de una iglesia parroquial con dos curas y del monasterio de San Francisco, apenas de «tapias no durables». El envío incluye un dibujo «rasguñado» a pluma de 43 x 60 centímetros. Es el primer plano que se conoce de Caracas. Estamos ante una incipiente ranchería de unos once años que no tiene más de tres casas con tejas, pero, al mismo tiempo, se trata de una ciudad prefigurada e idealizada en un damero de 25 precisas e idénticas cuadras. Ya están presentes, o prefiguradas, el tablero y sus piezas: la calle y la cuadra, la iglesia y las casas, la plaza y los patios.

Al este de la trama leemos una norma auspiciosa: «De esta suerte va todo el pueblo edificándose», una de las reglas de un juego que, como el ajedrez, con principios simples y finitos puede generar infinitas combinaciones y reordenamientos.

 

La biproporcionalidad

Una de las características más sorprendentes de este dibujo me la señaló Graziano Gasparini a través de un ensayo de Walter Palm. Palm demuestra la relación entre los planos realizados en América a finales del siglo XVI y los realizados durante el Imperio romano reseñados en el manual de topografía Corpus Agrimensorum.

Hay una característica que es común a ambas tradiciones. Palm la llama «biproporcionalismo», o la superposición de dos escalas: una geográfica y una urbana. El plano de Caracas es, según Palm, el mejor ejemplo de la relación entre la cartografía hispanoamericana del siglo XVI y los sistemas romanos de agrimensión. En efecto, vemos en este primer dibujo de Caracas una evidente desproporción entre la escala de la trama urbana y la escala de la geografía que la rodea. Un plano con el damero de una ciudad se ha colocado sobre el mapa de un inmenso territorio. En esta suerte de mapa y plano se propone una relación entre una ciudad y una geografía, entre un concepto de orden espacial y un espacio profano aún sin colonizar ni conocer plenamente.

Nótese en el dibujo la precisa expresión formal de nuestra primera trama, su uniformidad, su simetría y, también, véanse las diferentes tipologías que ya se esbozan: iglesia, plaza, casa, calle. Reflexionemos también sobre su permanencia, pues esas mismas cuadras están aún en su sitio y con similares propósitos.

Podemos observar en este dibujo la convivencia entre la red orgánica prehispánica que nos sugería William Niño y la trama idealizada impuesta por España. La retícula tiene en el dibujo tanta importancia como los trazos del Guaire, las quebradas de Caroata, Catuche, Anauco y Caurimare, y las montañas al norte y al sur. De allí en adelante estos cursos de agua serán otra de las constantes en las crónicas, mientras, lentamente, van desapareciendo bajo la trama.

Hoy permanece, como planteaba mi padre, la original topografía. En ese plano-mapa de 1573 aparece una pequeña colina cercana a donde la quebrada Caurimare desemboca en el Guaire, en ese promontorio habría de ubicarse el edificio donde ahora escribo este texto y puedo contemplar buena parte de la Caracas que creció indiferente a su dibujo original.

En esas montañas y colinas crecía una hierba que floreaba y llamaban «Caraca». A Pimentel le parece semejante a un bledo, una planta tan nutritiva y abundante como poco valorada por lo áspera; de aquí viene la expresión «Me importa un bledo». Tenemos entonces que, así como la palabra Venezuela es el diminutivo de Venecia, el origen de Caracas está ligado a una hierba despreciada por profusa, como si se tratara de una metáfora y una premonición de nuestra inconsciente relación con la naturaleza.

El gobernador Juan de Pimentel se propone consolidar a esta nueva ranchería en la capital de una provincia, por eso quizás ha encargado que el plano del damero se superponga al mapa de un territorio cuyas costas van desde la punta de Tucacas por el occidente hasta las islas de Píritu por el oriente. Aún más al norte están las islas de Bonaire, Las Aves, Los Roques, La Orchila y La Tortuga.

 

El primer urbanista

Diego de Henares fue el encargado de realizar esta primera «traza y diseño en pintura» de casas y plazas «rasguñado en un papel». Los principios urbanos aquí plasmados los podemos encontrar en Las ordenanzas de descubrimiento y población dadas por Felipe II en el bosque de Segovia, presentadas en 1573, las cuales recogen las reglas e instrucciones que la Corona de España había venido dictando sobre cómo ubicar las poblaciones y repartir las tierras públicas y privadas, sobre «la trama ortogonal trazada a cordel y regla que ha de hacerse partiendo de la plaza
mayor». A esta plaza mayor, el espacio público principal, se le daba una enorme importancia y la normativa se extiende sobre su ubicación, forma y dimensión en los pueblos costeños o en los de tierra adentro.

Allan Brewer Carías ha analizado el origen y las consecuencias de estas ordenanzas que un siglo más tarde formarían parte de las célebres «Leyes de Indias». Brewer insiste en que el principio del poblamiento se ratifica como un derecho de la Corona, pues solo con licencia real se podían realizar nuevas poblaciones y siempre «guardando el orden que en el hacerlas se manda guardar por las leyes de este libro». Quien fundaba un pueblo sin autorización se hacía merecedor de la pena de muerte.

El historiador Nectario María recoge las palabras del hijo de Diego de Henares sobre su padre: «Fue designado alcalde de Caracas y por ser persona de capacidad e ingenio, el capitán Diego de Losada le encomendó trazase y nivelase para su fundación, y señaló la plaza, calles y solares de la forma que permanece a su cuidado».

Sin duda alguna podemos considerar a Diego de Henares el primer arquitecto y urbanista en esta Guía de Caracas. Y quizás también el mejor alcalde que ha tenido Caracas, o el que, proporcionalmente, más ha realizado por ella y con consecuencias más duraderas. FV