Con un área de 50 mil metros cuadrados, esta edificación, fundamental en la obra de Villanueva, fue ideada bajo un principio muy personal, que retomaba las teorías académicas provenientes de la Bauhaus. Seis áreas de trabajo fueron claramente diferenciadas –construcción, composición, pintura y escultura, urbanismo y teoría–, y todas se desenvuelven en torno a una torre central de nueve pisos de altura, identificable debido a su forma, sus murales azules y su tratamiento tridimensional. La torre, levantada sobre un expresivo sistema de pórticos de concreto, constituye una referencia directa a Le Corbusier. Este prisma, de acentuada horizontalidad, fue racionalmente dispuesto en un eje norte-sur. Hacia el norte se abre plenamente una fachada, cubierta por un expresivo brise soleil; hacia el sur, un muro calado sirve de celosía para la intensa luz tropical; hacia el este, la fachada se cierra completamente, y pone de manifiesto, de modo prácticamente escultórico, la escalera de servicio; hacia el oeste, la fachada es definitivamente ciega. Estas dos últimas fachadas son muros verticales de la misma altura del edificio, que sirven de soporte a la obra mural de Alejandro Otero (1921-1990) que desmaterializa, a partir de un juego geométrico, el peso del cuerpo arquitectónico. La planta baja alberga espacios para múltiples actividades, acusadas por sus cambios de escala y de nivel: salas de exposiciones, biblioteca, cafetines, auditorio y talleres, enlazados por corredores y pequeños patios, delimitados, a su vez, por muros calados. La fluidez del espacio permite pasar de una situación a otra sin percibir cambios bruscos. Las plantas tipo se estructuran a partir de una sucesión de aulas orientadas al norte, vinculadas a un amplio corredor, orientado al sur. La funcionalidad de esta planta tipo se estructura a partir de un expresivo núcleo lateral de escaleras y ascensores. En la planta baja se disponen los talleres, un espacio de notable dimensión plástica, acentuada por las plegaduras de sus cubiertas. JRV