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En 1870, Antonio Guzmán Blanco ordena demoler el antiguo oratorio de San Felipe Neri, de 1764. En el mismo sitio se construye la iglesia de Santa Ana, en recuerdo a su esposa Ana Teresa ―nombre que perduró hasta 1876, cuando fue cambiado por el de Santa Teresa―. Edificado en dos etapas, en el entorno de la Plaza Washington y el Teatro Municipal, la basílica está compuesta por la integración de dos iglesias de estilo neoclásico, que estaba de moda en muchas capitales europeas y era el favorito de Guzmán Blanco. Este estilo sirvió para unificar, en un conjunto armonioso, ambas iglesias, cuya fachada oeste está dedicada a Santa Ana, y la este a Santa Teresa (centro del culto al Nazareno de San Pablo). Hurtado Manrique revela en esta obra su habilidad en el uso de las formas del neoclásico y logra una original distribución, con el altar mayor al centro, arreglo litúrgico poco convencional, propiciado por la compra del lote al final de la manzana en una segunda etapa. Gracias a este espacio adicional, el arquitecto consigue un dinámico movimiento de volúmenes, empleando cúpulas elípticas, bóvedas, torres y fachadas diversas. Esta obra, la más importante de Hurtado Manrique, la más ambiciosa de la arquitectura caraqueña del siglo XIX, tuvo dos inauguraciones, una civil y otra religiosa. La basílica permanece en la memoria de los caraqueños por el terremoto de 1902 y el incendio ocurrido en su interior en 1952, que se produjeron, ambos, en Miércoles Santo, en plena misa. En 1959 fue declarada Monumento Histórico Nacional. IGV
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