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Construido entre 1942 y 1945, es el primer desarrollo de renovación urbana y viviendas multifamiliares llevado a cabo en Caracas por un el Banco Obrero, una institución del estado, que transformó radicalmente una zona urbana de pobreza extrema carente de condiciones sanitarias en un hito de la ciudad. Su trazado axial, con manzanas en formas cuadradas y triangulares, configuró un nodo vial en forma de “Y” donde convergen las avenidas San Martín y Bolívar, así como al enlace noroeste con la avenida Sucre, hacia Catia, en cuya confluencia se ubica la plaza O’Leary. Este espacio, de forma rectangular, es el centro emblemático de la urbanización y se aviva con las fuentes adornadas por las esculturas en piedra porosa color marfil, obra de Francisco Narváez (1905-1982). El conjunto está conformado por siete bloques de vivienda con formas distintas en cada manzana y consta de 747 apartamentos en los pisos superiores y 207 locales comerciales en la planta baja, circundados por arcadas de columnas panzudas. Los edificios, que abrazan espacios internos arbolados sobre los que se proyectan balcones profundos, tienen cuatro pisos, exceptuado el Bloque 1, que alcanza las siete plantas y se impone sobre el conjunto. Cada bloque luce un portal de entrada inspirado en la arquitectura vernácula colonial venezolana y se expresa en molduras de diseños variados. Debido a las características de su arquitectura moderna, a la composición e implantación del conjunto en la trama citadina, y a la forma en la que recreó la tipología de la vivienda social con un nuevo escenario de paredes continuas de usos mixtos con calidad urbana, fue declarado Bien de Interés Cultural de la Nación.
La Plaza O’Leary (1941), con su acceso vehicular a través del túnel debajo de las torres del Centro Simón Bolívar, es una de las experiencias espaciales modernas de mayor fuerza del casco central de Caracas. Su lado oeste está marcado por las arcadas comerciales del conjunto residencial El Silencio, diseñado por Carlos Raúl Villanueva. La plaza, rectangular de esquinas redondeadas, luce dos fuentes centrales del maestro Francisco Narváez, adornada con figuras de ninfas y delfines ―las llamadas «Toninas»―, que vierten agua de manera copiosa sobre un espejo de agua, reforzando el movimiento y el recorrido como parte de los principios esenciales de la modernidad. IL/MIP
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