SG-41
Estableciendo una simbiosis entre hombre y naturaleza, Fruto Vivas conceptualiza en una etapa de su carrera, llamada segunda utopía, una serie de casas pensadas de tal forma que sean construidas por el pueblo, bajo la filosofía de «árboles para vivir». Basado en la metáfora biológica, esta casa es su segunda experimentación arquitectónica (después de El Tarantín, la casa de su hermana en Barquisimeto), donde se hace patente la formación arquitectónica orgánica, biológica, del arquitecto, que estimula la vuelta a la naturaleza. Vivas desarrolla viviendas cuya estructura es colgante, adaptable a cualquier terreno (aunque este sea accidentado), ligeras, de máxima rigidez y bajo costo. La casa, envuelta en jardines colgantes, se plantea como dos grandes módulos en voladizo (comedor y servicios; estar y dormitorios) suspendidos por cuatro apoyos metálicos vinculados por un marco espacial desde donde se desprenden los tirantes que la soportan. Construida con marcos portantes tubulares metálicos, tabiques de resinas fenólicas y pisos de madera, la casa muestra una clara racionalidad constructiva, consecuencia del uso de un módulo geométrico asociado a la prefabricación. Al interior, la luz es protagonista, controlada por ligeras celosías y romanillas, ubicadas en cielos y muros. Con un mínimo grado de sofisticación, Vivas recurre a estructuras límites y formas simples de fácil ensamblaje mecánico, poniendo de manifiesto en esta obra, la tecnología más moderna para su época. IGV
SG-42
SG-40
SG-39