EG
Los corredores cubiertos de la Ciudad Universitaria, en su diversidad, muestran las transformaciones de la expresión de Villanueva, representada en la elocuencia estructural alcanzada a partir del uso del concreto. Con la intención de experimentar, el arquitecto logra distintas soluciones a una misma demanda funcional. El acceso desde plaza Venezuela muestra una geometría que, en un principio, aparece como respuesta funcional al problema del recorrido curvo de 400 metros de largo, pero que involucra criterios de racionalidad estructural, no evidentes a simple vista. La ondulación de la losa otorga la rigidez necesaria para que esta superficie continua pueda salvar la luz de 15 metros entre los nervios de apoyo. Estos nervios, colocados sobre la losa laminar, cubren un pasillo de 3,65 metros de ancho que ofrece protección a quienes lo transitan. Diseñado en 1953, este paso define una especie de borde, obligado por la topografía. El pasillo cubierto que permite el recorrido entre las Facultades de Humanidades e Ingeniería se dirige hacia un gran espacio descubierto: «tierra de nadie», que reafirma las exigencias de cobijo que debe satisfacer, pero, a la vez, ofrece una solución que permite la máxima transparencia. La propuesta es otra oportunidad para experimentar el tema de los grandes volados que, esta vez, se concreta a partir de superficies onduladas soportadas por pórticos en forma de «L» invertida. Estos sistemas de protección, en sus diversas opciones, generan una sutil transición entre la zona de penumbra y el resplandor del exterior. ND
corredores