Zonas de Caracas

Caracas 

a través de sus planos

Plan de la ciudad de Caracas, con división de sus Barrios, Joseph Carlos de Agüero, 1775. Archivo General de Indias.HC-14

Plan de la ciudad de Caracas, con división de sus Barrios

Fecha: 1775

Cartógrafo: Joseph Carlos de Agüero

Original: color, 27,5 x 18,5 cm.

Archivo General de Indias, Sevilla, España

 

El damero perfecto y la naturaleza profana

Medio siglo más tarde se elabora este plano de 1775, llamado «Plan de la ciudad de Caracas, con división de sus barrios». Observamos una ciudad colonial presentada en un cuadrado perfecto de 16 x 16 cuadras. Estas 256 cuadras han crecido según lo establecido en la citada frase del primer plano: De esta suerte va todo el pueblo edificándose.

La trama sigue siendo omnipotente e igual de idealizada. Todas las cuadras en este plano son del mismo tamaño y forma, cuando en la realidad necesariamente presentan variaciones de tamaño. La naturaleza ya no tiene la misma presencia, apenas vemos las quebradas que parecen atravesar el damero sin afectarlo, como si no ocuparan el mismo espacio, y algunos tímidos símbolos de montañas al norte y al oeste.

El acto de fundación de Caracas, y de toda ciudad hispanoamericana, incluía el rito de cortar un arbusto con una espada. Aquella incipiente y mínima cuadrícula urbana, rodeada de un paisaje infinito, era entonces la atacada. Un descuido, y las ramas entraban por las ventanas, se abalanzaban sobre el techo o hacían desaparecer un muro completo. La primera escaramuza se dio contra el cují, abundantísimo en las pendientes al este y sur de la primitiva ciudad; fue suficiente que se le creyera causa de alguna epidemia para declararlo enemigo público y perseguirlo por varios siglos.

En esta historia colonial del enfrentamiento entre la ciudad y la naturaleza nadie supera al gobernador Francisco Cañas y Merino, quien mandó a talar todos los árboles de Caracas. Su campaña sanitaria insistía contra el cují, pero también se talaron aguacates, plátanos y naranjos. Un pequeño ejército entraba en los patios de las casas y los dejaba tan pelados que solo había lugar para el sol. Al procurador general, don José de la Plaza, se le encarceló al encontrarse un árbol de amapola en el patio de su casa. Esto explica que Humboldt se preguntara, un siglo después, por qué no había árboles seculares en Caracas.

 

¿Cómo dividir la ciudad?

Ignacio Sola Morales explica en uno de sus ensayos que la topología es el paisaje de los conceptos, y la topografía, la descripción de un paisaje específico. Quizás lo más topológico de este plano lo encontramos en la utilización de colores: verde en el centro para la parroquia Catedral, anaranjado para la parroquia Altagracia, azul para La Candelaria, San Pablo en amarillo y Santa Rosalía en sepia. ¿Qué concepto se intentaba establecer? En una carta que acompaña a la lámina leemos: «…se tiene por útil, necesario y conveniente la creación de ocho alcaldes de barrio en quienes se reparta toda la ciudad proporcionalmente en cuadras». Vemos, pues, que la división en colores es parte de una estrategia ya anunciada en una cinta ornamental en el borde superior con las palabras «Justicia» y «Vigilancia».

Comienza a darse una confusión en la estructura de la ciudad, pues ya coexisten los términos «barrio», «parroquia», «alcaldía», «cabildo» y «ayuntamiento», una confusa superposición que irá aumentado hasta el presente con la aparición de municipios, consejos, comunas y urbanizaciones, al punto de que hoy carecemos de una nomenclatura y un sistema aceptado por todos para definir la estructura de nuestra ciudad.

Cada una de estos «barrios» mantiene las mismas proporciones, funciones y leyes de crecimiento que el resto de la trama, incluyendo una plaza y una iglesia en su centro. Existe un criterio urbano de continuidad, homogeneidad y legibilidad entre las partes y el todo. Al mismo tiempo, el caraqueño encuentra una unidad de menor escala a la cual referirse. Es un ciudadano y también un vecino, un parroquiano.

En el índice que acompaña el plano aparecen templos, conventos, una universidad y un hospital. Comienza a darse una variedad de tipologías, pero estas no existen como entes autónomos, sino siempre delimitadas y referidas a la cuadra. Especialmente la vivienda, cuya forma y funciones representan un microcosmos de lo urbano una vez que la relación entre la casa y el patio es semejante a la de las cuadras con la plaza.

Ya lo advertía Aristóteles: «Por naturaleza, la ciudad es anterior a la casa y a cada uno de nosotros, ya que el conjunto es necesariamente anterior a la parte». Y también León Battista Alberti en el siglo XV: «Si, como dicen los filósofos, la ciudad es una gran casa, y la casa, a su vez, una pequeña ciudad, ¿no podríamos considerar a las partes de la casa, el atrio, los pórticos, los comedores, como edificios en miniatura».

 

Sueño y realidad

En su ensayo La jura de Carlos IV. Un escenario barroco para la Caracas del siglo XVIII, Rosario Salazar nos describe la Caracas de 1789. Se centra en la remodelación de la Plaza Mayor, realizada en 1753 por el gobernador Felipe Ricardos, quien construye fuentes, escalinatas, locales y pórticos en las fachadas sur y oeste, según el proyecto del ingeniero Juan de Gayangos, quizás el primero en reordenar un espacio público caraqueño.

A esta construcción se añadirían 40 años después instalaciones provisionales para las festividades de 1789, desde pinturas y esculturas hasta palcos, tablados y fachadas falsas que dieran a la humilde Caracas un aspecto de gran ciudad. En contraste a estos recursos de «prospectiba o especie de fachada falsa». Salazar describe el estado lamentable de las redes de aguas servidas, iluminación y, sobre todo, la vialidad dentro de la ciudad y hacia el exterior.

Caracas se debatía entre lo bucólico y lo primitivo e insalubre. En 1764 José Luis de Cisneros, agente de la compañía Guipuzcoana, describe «las aguas abundantes y delicadas de cuatro ríos que descienden de la primera cordillera y por todas las calles corren y sirven para fecundar muchas huertas». Estas acequias que bajaban del río Catuche recorriendo las cuadras de norte a sur eran propicias a los cultivos, mas no para la compleja vida de una ciudad sometida a constantes aguaceros.

La Caracas representada en este plano de 1775 ha llegado a su máximo desarrollo como una modesta ciudad colonial hispanoamericana, donde habita una sociedad agrícola que ha sobrevivido a las pestes y a la devastación de un fuerte terremoto. Tiene además el abolengo de contar con una historia propia, «criolla», épica, la escrita por José de Oviedo y Baños en 1723: Historia de la conquista y población de la Provincia de Venezuela.

Todo le es promisorio. Los poderes públicos coloniales, que antes estaban separados y ejercidos desde distintos lugares, van a ir residiendo y coincidiendo en Caracas. En 1776 se crea la Intendencia de Venezuela, que regirá lo administrativo y fiscal. En 1777, la Capitanía General de Venezuela y en 1786, la Real Audiencia de Caracas. Nuestra ciudad no dependerá más para su administración de Santo Domingo o de Bogotá.

Esta centralización del poder político, militar, judicial y administrativo va a coincidir con un auge en el comercio del cacao y el café. La escena está lista para un crecimiento que le permitirá a Caracas soñar con aquellas escenografías y prospectivas que se montaron para la «jura», y pretender ser la ciudad que nunca fue. Se comienzan a ampliar algunas calles y se abren las puertas a la naturaleza, pues ya hay otra vez plantas en los patios, y hasta una avenida con una doble hilera de árboles.

Los caraqueños no se imaginaban entonces la gesta cruenta y gloriosa que los aguardaba en el siguiente siglo. FV